lunes, 21 de marzo de 2016

Una brecha en la memoria.



Parece que me caí de un quinto piso imaginario y me abrí la memoria del impacto. El descenso se hizo tan largo que aún cuando mi cuerpo ya tocaba el suelo, mi yo, mi verdadero ser , ese que no se palpa a mano limpia, ese que nadie puede domar, seguía cayendo y cayendo más allá de los sedimentos, más allá de rocas y huesos, más allá de los restos de otras vidas que se acumulan bajo los pies. La caída era tan densa que casi podía abrazarme a ella, darle forma y darle vida, preguntarle sobre el destino, sobre el tiempo, pero no lo hice, me limité a caer. Y fue tal la caída que incluso llegué a pensar que ascendía.

Me abrí la memoria del impacto, y a chorros fluyeron los recuerdos. De esos que te pinchan las entrañas de alegría pero que te brotan la sal de los ojos. De esos que duelen, achican el corazón y lo expanden en suspiros, en deseos.

Hoy me levanté saltando desde un quinto piso imaginario, ¿o sería un octavo?, lo mismo da; el efecto fue el mismo.

...Y sé que deambularé por este día ambiguo viviendo en los recuerdos de otros días que ya pisé, de otros aires que ya respiré; hoy sé que seré un zombie en vida por el que las palabras pasarán sin mayor problema, sin apenas alcanzar mi atención, porque hoy estaré lejos, reviviendo, añorando, queriendo y extrañando....

domingo, 28 de junio de 2015

Relatos de una noche: El inocente.



Me aferraba a cualquier esquina, a cualquier poste de luz, a cualquier árbol. Cargaba sobre mi cuerpo entero el peso de la culpa, arrastraba la dignidad con mis pies, que apenas alcanzaban a levantarse del suelo. En mis recuerdos solo habían folios vacíos, sin texto, sin rimas, sin versos, fotos en blanco, canciones sin melodía, rostros sin cara, besos sin sabor, lágrimas sin ojos, ojos sin mirada, voces sin timbre...lo único que sabía era que era culpable. Mis ropas estaban manchadas de crimen, mi piel, mi alma, si acaso tenía. Busqué en mi muñeca izquierda una pista que me dijera en qué momento del tiempo me hallaba, si acaso seguía pisando el ayer, o si por el contrario hoy era mi dueño o mañana  ya mi verdugo, pero mis ojos ya no distinguían, mi cuerpo parecía levitar y yo mientras tanto buscaba razones para seguir anclado al suelo. Veía el cielo aclararse entre los edificios y mi horror aumentaba, ciñéndose a mi pecho con ansia animal. Se me brotaba la tristeza y resbalaba por mi rostro a caudales, daba traspiés y me desplazaba de formas inhumanas, regurgitando palabras, insultos más bien, entremezclados con bilis, alcohol y trazas de felicidad reventada. Juraría que en mi garganta danzaban cristales, rompiéndome la coherencia, hiriéndome la cordura. Veía rostros lejanos acercarse y desaparecer, rostros carentes de ayuda, llenos de juicio y burla, manos apartándose a mi paso, apartándome, y mi sombra estirándose, huyendo incluso de mi presencia. Solo ella era testigo de mis actos, ella que nada podía evitar, ella que, amarrada a mi, actuaba sin saber por qué, como muchas veces yo haciendo de sombra de otros. Deambulé como un ave rapaz sobre mí, hambriento de mi propia imbecilidad, precipitándome sobre mi cuerpo descubierto y marcándolo a mordiscos, abriendo heridas, nuevas y viejas, saboreando el sufrimiento casi con placer enfermizo, con aquella habitual pasividad con la que durante años me deleité con el sentimiento de la insensibilidad. Pero aún en mi estado disociado, sabía que mi cabeza ya se había derramado de toda capacidad, sabía que lo que había hecho era irreversible, imperdonable, pero mis labios pujaban por confesarlo, a quien fuera, a cualquier persona, cosa o animal. Fue entonces cuando, el último de mis tropiezos me empujó delante de mi propio reflejo en las claras y tranquilas aguas de una fuente. Fue entonces cuando, casi recobrado de toda descomposición, me reconocí allí, casi inerte, estático, nervioso, solo, temeroso, acercándome más y más, examinando cada línea que me dibujaba, contemplando mi totalidad y declarándome a mi mismo, cosa o animal . Leí mis labios, mis dientes, mis encías; todo me devolvía la lectura y aquella dolorosa verdad "culpable". No lo pude soportar más, me puse en pie con la consistencia del lodo, y antes de derramarme entre grietas, alcancé a proferir un alarido condenatorio: "Nunca te amé!"

miércoles, 25 de marzo de 2015

La suceptibilidad de una hormiga


Qué pequeño el mundo es, o qué pequeños nosotros. Se nos quedan grandes las historias, se nos queda grande la vida. Esa misma vida que nos coge y nos mima, y al rato, según le parezca, nos desecha y nos lastima. Y si mis líneas riman es pura casualidad, tan casual  como que me siente a escribir esto después de tanto tiempo, tan casual como que en un abrir y cerrar de ojos unas personas despiertan y otras se van a dormir, algunas para siempre. 

Hace unos días caí sobre un vídeo que había visto hace tiempo, en el que algún ingenioso pionero vertía un cubo de aluminio hirviendo sobre una colonia entera de hormigas, a título de investigación científica según muchos, simplemente para, segundos más tarde, desenterrar la totalidad del hormiguero, descubriendo el intrincado laberinto de pasadizos y cámaras cuidadosamente construidas bajo tierra por las esmeradas hormiguitas, ahora solidificado en una brillante masa llena de recovecos de color plata.

Sé que la mayoría encuentra superfluo hablar de los cientos de insectos que murieron por la gracia del ingenioso vertedor de aluminio; y ni se diga ya si nos preguntamos si acaso les dio tiempo a sufrir antes de morir...supongo que probablemente no, espero que no. El debate se sirve en los comentarios, donde se lee a gente como yo, que opina que aquella acción no es más que un acto de maldad típica del ser humano, y otros que como ya decía, la defienden, atribuyéndola al desarrollo del conocimiento. Lo cierto es que, ya sea simplemente para estudiar las formas arquitectónicas animales o simplemente porque los hormigueros de aluminio quedan bien como obra de arte en un museo, la cuestión a la que quería llegar va más allá de mi opinión al respecto. Al observar ese vídeo no pude evitar sentir cierta sensación de pesar. Me sentí parte de la colmena de hormigas, sentí miedo y desesperación, sentí como el resto de hormigas pasaban sobre mi huyendo del calor, y yo también tuve que correr con todas mis fuerzas, pero en un instante todo se volvió negro, y por ridículo que pueda parecer a quien me lea, quise llorar.

Hoy fallecieron unas cuantas personas en un trágico accidente aéreo, y cuando me enteré de la noticia, automáticamente me vinieron a la mente muchas imágenes, entre ellas, las hormigas. Poco a poco me empezó a sobrevenir una angustia indescriptible, una ansiedad agobiante, una tristeza profunda. Empecé a imaginar rostros jóvenes y viejos que se desvanecían en un abrir y cerrar de ojos, como cientos de hormigas bajo un mar de aluminio caliente. Mi cerebro creo cientos de vidas con nombres y apellidos, de diferentes edades, profesiones, aficiones, religiones, razas, sexos y orientaciones sexuales, todas tan valiosas como cualquier vida, todas con el mismo derecho de ser y existir. Por alguna razón, el destino, o la mala suerte, o las dos cosas juntas, decidieron que ese vuelo no llegase a su destinación, simplemente se vino abajo, y todo lo que era dentro de ese avión, dejó de ser, todo se fundió en metal y acero, en tierra y polvo, en llamas y naturaleza.

Me sentí ínfimo, insignificante, pequeño como una hormiga ... me sentí vivo y al mismo tiempo sentí que una parte de mi se desvanecía en una especie de llanto universal, herido por las cientos de vidas que se habían apagado. Yo no conocía a ninguna de las víctimas pero por un momento el impulso de llorar a lágrima viva me quiso pinchar los ojos. Ante esta sensación, que no era nueva para mí pero si quizá más intensa, me dejé divagar entre miles de pensamientos. Mi mente se fue a abrazar a los familiares afectados, a sobrevolar los cielos en un viaje al pasado, a ese momento en que las víctimas en el avión, ignoraban lo que estaba por suceder, todas con una idea de futuro, con una idea del presente, todas con metas...

Y nada importó, nada detuvo el rumbo de las cosas. Nadie detuvo tampoco al vertedor de aluminio. Las hormigas desaparecieron igual de rápido que lo hicieron las personas, aunque por motivos diferentes por supuesto.

Pero, ¿por qué, ante dos situaciones similares (aunque me crucifiquen por decirlo), reaccioné casi de la misma manera? a qué se debe esta sensación de empatía tan grande que me hace lamentar las pérdidas ajenas como si fueran mías propias, incluso las de otras formas de vida?, qué hay detrás de estas tragedias?...

Lo que si me queda claro es que, aquí y ahora son todo lo que hay. La realidad domina cualquier deseo postergado al mañana. Somos aprendices de la vida, pero nos toma la vida para aprender a vivir.



sábado, 11 de octubre de 2014

Ventanas

Me conecto a mi facebook y antes de que la página cargue por completo la ansiedad me salta al cuello, esperando encontrarme con muchas notificaciones aguardando ser leídas, o quizá algún mensaje privado.
Decepción. Ni una sola notificación, ni un solo mensaje. Cotillearé un rato en las vidas ajenas, las alegrías y tristezas que no son las mías, los enfados y crisis existenciales acompañadas de emotivas imágenes de niños corriendo, paisajes luminosos, lobos aullando, bosques neblinosos u oscuros o ideas y pensamientos con un fondo estrellado o lleno de nubes. Viajaré a través de los álbumes de familiares y desconocidos, me identificaré con frases copiadas de alguien que copió a alguien, que copió a algún escritor famoso con el tiempo y el entendimiento suficientes para idear verdades de oro. Trataré de escribir algo ingenioso yo mismo, diciéndome que no estoy copiando a aquel que copió a aquel otro que copió al escritor famoso, aunque en el fondo acabaré por darme cuenta de que yo también terminé copiándome. Puede que borre lo que escribí o lo deje, a la espera de que alguien lo lea y me comente. La persona que lo lea puede que no sepa muy bien de qué estoy hablando o puede que si. Quizá hará un comentario acertado o sarcástico, yo me alegraré de ver que alguien me leyó y quizá se me brote la vena del orgullo y la autoestima me suba dos escalones al ver que me consideran profundo y listo, o puede pasar también que mi comentario sea rebatido con una respuesta más pensada de lo que pensaba y me deprima un poco ver lo poco coherente que son mis palabras a veces y lo poco que pienso antes de usarlas. Mi pequeño escritor se sentirá un poco herido, así que pasaré a otra cosa. Hora de leer mensajes viejos de personas con las que hace tiempo ya no hablo. A veces se me salen las risas en el proceso y a veces las lágrimas, pero en este caso, si hay gente a mi alrededor, finjo que el brillo de la pantalla es el culpable.

Abro una nueva pestaña y accedo a mi correo electrónico no sé a la espera de qué, si todos los días no hago más que recibir la misma chatarra inservible, las mismas ofertas de trabajo que no me interesan, miles de noticias de algún sitio web en el que me registré por algún motivo en concreto y ya no lo recuerdo y además me da pereza volver allí para cancelar mi suscripción. En el fondo sé que así mismo muchos de nosotros afrontamos nuestro día a día, con la misma actitud, metiendo la cabeza de lleno en distintos campos, mientras nuestros cuerpos quieren correr en dirección contraria.

En otra pestaña tengo abierto el correo “formal”. Ese que no lleva mi apodo de cuando tenía 11 años. Me digo que en esa cuenta es donde espero recibir realmente los contactos de las empresas a las que envío mi CV cuando me aburro, aunque por lo pronto sigue estando vacío y tengo aún el mail de bienvenida al servidor, desde hace tres años.

Vuelvo a facebook y sigo mirando fotos y fotos mientras el día a través de mi ventana se va transformando en noche. Y la noche me pone emotivo, y me doy cuenta de que me estoy comiendo por dentro, y no porque tenga hambre, aunque a veces también se trata de eso. Me estoy comiendo vivo, con las mismas ansias con las que enciendo mi móvil cada mañana sin siquiera haber abierto los ojos primero. Es como un acto reflejo, ya no lo controlo yo. Mis manos solas buscan agarrar el teléfono y abrir el whatsapp. Y cuando veo que no hay nada lo vuelvo a poner en reposo y en menos de un minuto ya lo estoy chequeando otra vez. Qué estoy esperando ver?. Mi mente me dice que hay cosas que no se han dicho y que no me han dicho. De todas formas, lo siguiente que hago después de salir de la cama es ir al baño, naturalmente, luego a la cocina a prepararme el desayuno. El desayuno!...pocas cosas me motivan más a dormir la noche anterior que levantarme para tomar el desayuno, excepto cuando sé que no tengo nada rico para desayunar.

Me asaltan tantos pensamientos, buenos y malos, alegres y tristes. Estoy de cara a la pantalla pero realmente no estoy allí, veo a través de ella ahora. Ya no me interesa realmente lo que estoy viendo. Estoy en un estado casi catatónico, aunque más bien propio de un robot, bajando y bajando en las historias que van apareciendo. Historias, otra vez, que no me pertenecen. Por lo general me abruma darme cuenta de que la vida no es estática y de que todos y todo esta cambiando constantemente. Por lo general me cuesta entender esta verdad innegable que todo lo anega. Aún mientras reflexiono sobre ello, me aprietan los ojos por dentro como dos limones que alguien está exprimiendo a mano, pero yo los cierro muy fuerte para que no se salga el jugo. Me cuesta, me cuesta, me cuesta. No nací para entender la vida de esta forma, aparentemente yo nací con los pies al revés y en lugar de caminar para adelante lo hago para atrás, aunque consigo caminar recto mientras mis pies aplastan el suelo como arenas suaves, como queriendo echar raíces y no moverse.

Una nueva pestaña, voy a ver qué búsqueda interesante puedo hacer para entretenerme leyendo algo. Encuentro un blog y me meto a leerlo. Pero por Dios, qué bien escriben algunas personas y qué poco crédito reciben! Qué ganas de escribir me entran a mí, aunque sepa que quizá recibiré la misma o menor atención que ellos. Me apresuro a abrir un documento en blanco y siguiendo los consejos de varias personas a las que he consultado sobre el tema de la escritura, me lanzo a disparar palabras sin apenas pensar. Lo primero que se me venga a la cabeza, pum, pum pum, una detrás de otras las palabras se van escribiendo hasta el punto en que ya no sé por dónde seguir lo que sea que estoy tratando de decir. Peligro, síndrome de la página en blanco. Si me tardo más de cinco minutos sin saber cómo tejer mis ideas, sé que acabaré guardando el documento con algún título de referencia que me ayude a recordar de qué se trataba todo, aunque en el fondo sé que no será más que una lápida más en mi cementerio de documentos sin fin, de historias, sin pies ni cabezas, personajes que no llegaron a nacer y vidas que murieron antes de ser concebidas. Los títulos sin embargo realmente me puedo esforzar porque sean llamativos. Me digo, definitivamente ESTE será el título de una gran historia, estará en boca de todos, lo llevarán entre manos en el metro y me mirarán de reojo para comprobar que yo soy el escritor, susurrarán y cuchichearán, quizá alguien se me acercará a decirme cuánto le encantó mi novela y me pedirá un autógrafo. Pero no un autógrafo de firma y ya está, me pedirán que les escriba algo profundo, como si les conociera de verdad, y probablemente lo único en lo que podré pensar será en el mar. Porque no soy de los que funcionan bajo presión, y mis pocas ideas y pensamientos trascendentales se forjan a fuego lento y con golpes firmes y calculados, no soy una máquina de cotufas (palomitas de maiz).

Cierro mi documento sin terminar y vuelvo al facebook mientras por dentro mi pequeño escritor hunde la cara en una almohada y grita y llora. Pero amortiguaré su berrinche con música. Música...qué bonita sensación. Música, hace cuánto que no hago música en el piano. Hace cuanto que consideré que era la música la razón de mi existir?. Hace cuanto que dejé de pensar en mi?
Hace cuanto dejé de asomarme por mi propia ventana?. Me giro y hecho un vistazo al piano y al violín, hoy, auténticas trampas de polvo y ensueños. Temo que si los sacudo un poco me asalte una reacción alérgica mortal, la alergía al orgullo herido, a la frustración reconocida, al tiempo transcurrido y a la cobardía personificada en mi. Seré un papelito mojado desvaneciéndose en una lluvia de arrepentimiento. Soy demasiado joven para las frustraciones dice mi mamá, demasiado joven para pensar cosas feas, dice. Ojalá pudiese yo tener algún control sobre lo que mi mente decide dibujarme por dentro.

Vuelvo a centrarme en la pantalla, y la canción que escucho ahora mismo dice: “Las palabras sin sentido se desvanecen, la gente habla demasiado para lo que tiene que decir. El silencio debe ser escuchado”. Por dentro digo, Wow! Qué sincronicidad! Qué coincidencia exquisita! Mi energía está en fusión con el universo cuando lo que escribo está tan plasmado en lo que escucho. Bah! Pero qué tonterías! Si, el silencio debe ser escuchado.

Y precisamente en silencio escucho más que cuando me hablan. Escucho el viento que soplaba hace años, escucho las risas de mi infancia, e incluso llego a atisbar el sonido de mi ingenuidad, antes de que se partiera en mil pedazos. Escucho la inocencia en mis manos jugando con plastilina, el temor taladrándome las piernas cuando se me rompía un vaso y lo único en lo que podía pensar era en lo mucho que temía que papá y mamá se enterasen. En el silencio descubro que sigo siendo ese niño que esperaba en el patio al final del colegio, escuchar el silbido de papá o los gritos acalorados de mi mamá cuando yo estaba demasiado entretenido jugando con mis amigos a correr o luchar. En el silencio reconozco la alegría y el pequeño sobresalto de mi corazón cuando les veía con su sonrisa llamándome para que cogiera mi mochila y me metiera al carro para ir a casa a comer.

Estoy llorando, ahora mismo, no a moco tendido, pero me siento llorar por dentro. La canción que estoy escuchando es la que siempre he dicho que es mi canción. Lenta, melancólica, profunda, rojiza, (no me pregunten por qué pero es de las pocas canciones que me producen una sensación sinestésica...puedo ver el color rojo cuando la escucho, es un color rojo, anaranjado, y amarillo sonrosado ahora...es el color de un atardecer. Es un color que me produce tristeza alegre, o alegría triste, contemplando mi vasto universo como una sabana africana en la que el sol no acaba de esconderse en el horizonte, y siempre reina el punto intermedio entre el día y la noche. Quizá es hora de que apague la computadora. Quizá es hora de que cierre tantas ventanas virtuales y me preocupe más por las ventanas de mi vida.

Quizá pueda decir algo ingenioso ahora. Siento por dentro la premura de dejar salir algo antes de que se extinga dentro de mi. La vida son como distintas ventanas. Al otro lado vemos lo que queremos ver, porque nosotros somos quienes decidimos donde colocarlas, qué vistas queremos ver. Es tarea nuestra conseguir que desde la primera ventana que coloquemos podamos siempre tener contacto visual con las ventanas sucesivas hasta la última. Que no se no escapen las distintas realidades que toman vida entre una y otra ventanas para que no perdamos contacto con ellas y nos consideren descuidados. No es fácil! Es tarea de hormigas, o tarea de mimos que construyen con las manos siluetas invisibles pero que ellos pueden ver.

Sonó eso como algo ingenioso? Quiero pensar que si.

Ahora entiendo que es mucho tiempo el que gastamos contemplando realidades ajenas, cuando la nuestra sigue esperando un poco de atención.

Wow, qué fácil puede un tema derivar en otro...

martes, 24 de junio de 2014

.El cielo sabe.

El cielo sabe de emociones, llena los ojos de palabras que nuestros labios no saben pronunciar. En el fondo nuestra sangre fluye al compás de la lluvia, en un acuerdo casi celestial que nos reduce a simples contempladores del tiempo. Y como el tiempo mismo, nos desvaneceremos en el recuerdo de lo que ha sido y lo que no; trataremos de abrir portales que nos retengan en un lugar concreto, una tarde ya extinta, en el principio de nuestras historias, todas y cada una, unidas con hilos invisibles que se fueron tejiendo solos hasta abrigarnos como una manta en pleno invierno. Así se siente descubrir una parte de nosotros en cada una de esas personas que nos alegran la vida.

martes, 3 de junio de 2014

Hauikus Febrero

-.Febrero-.
Febrero 1.

El azul claro
reviste la habitación
cuando despertamos.

Febrero 2.

Canta una golondrina,
dejando caer
tantos recuerdos.

Febrero 3.

Todo es difuso
al perdernos así,
sin mapas ni pistas.

Febrero 4

Líquido querer,
apaciguando la sed,
de nuestras ansias.



Febrero 5.

Es pleno el día,
bajo el esplendor azul,
y tu apareces.

Febrero 6.

Quiero la cima,
yo diviso el futuro, 
y estás conmigo.

Febrero 7.

Dile al tronco,
cuando acaricies su tez,
que envidio su paz.

Febrero 8.

Invierno guía,
del frío aprendí el silencio,
solo para hablar.

Febrero 9.

Perdímos los pasos
en cimas repetidas,
persiguiéndonos.

Febrero 10.

Ya anunciaba yo
un cambio irreversible
al descubrirte.

Febrero 11.


Despidámonos,
sin sabernos lejanos,
todos los días.


Febrero 12.


Lento el hábito,
transforma mis palabras,
en alegrías.


Febrero 13.


Si bien ambiguo,
conciso y transparente,
es nuestro limbo.


Febrero 14.


Constelaciones,
uniendo nuestros puntos,
en la misma piel.


Febrero 15.


Nos incendiamos,
con tantísimo frío ,
al abrazarnos.


Febrero 16.


Sacude el polvo,
redescubre tu rostro, 
aprende a ser tú.


Febrero 17.


Como dos nubes,
de mieles son tus labios,
sellan mis penas.


Febrero 18.


Adoro creer,
en el tiempo ausente,  
cuando te encuentro.


Febrero 19.


Qué importará,
la vida lejos de aquí,
cuando no estemos?


Febrero 20.


A veces lloro,
si asomado en tus ojos,
por fin sonrío.


Febrero 21.


Forzar las normas,
inyectar tinta en sangre,
no hace al poeta.


Febrero 22.


Pobre es uno,
que desconoce el valor,
de lo que tiene.


Febrero 23.


Tantos vacíos,
templos derrumbándose,
cuando callamos.


Febrero 24.


La peor verdad,
existirá en su ausencia, 
o confesión.


Febrero 25.


Saberse ausente,
mimetizado en nada, 
fingiendo todo. 


Febrero 26.


¿Acaso es real,
cuando te estoy soñando,
que tu me sueñas?


Febrero 27.


Me autocondeno, 
culpable de inocencia
indefensible.


Febrero 28.


Al tacto adicto,
despierta mi piel por ti,
entre tus manos.


Haikus Enero.

1 Enero.



Nube sin agua
Te anuncias veraniega,
Abrazas el sol.



2 Enero.



Chispas sonrisas,
Comprimendo mejillas,
Un nuevo día.



3 Enero.



Al suave tacto
Se adormecen mis penas,
Cuando me tocas.



4 Enero.



Prisas y risas
Cuando todo en contra,
Y siempre hay tiempo.



5 Enero.



Cada mañana
Sin párpados que abrir,
Hay vida sin más.



6 Enero.



Dulces tentaciones
A ojos de abejas,
La miel distante.



7 Enero.



Al tibio alba
Callemos nuestros labios,
Que hablen los ojos.



8 Enero.



Baúl de noches
No esconde mentiras,
Solo verdades.


9 Enero .



Los labios besar
Sin apenas tocarnos.
Nuestro delirio.



10 Enero.



Sabe el viento
Sobre penas y gozos
Al soplar todo.



11 Enero.



Seguir el ritmo
Y nuestros cuerpos hierven,
Hervimos juntos.



12 Enero.



Llega la vida,
atrevida y sabía,
cual libro abierto.




13 Enero.



Podando el lecho
de proezas y baches,
pasan los días.



14 Enero.



Primer reflejo,
nosotros en nosotros
cada mañana.


18 Enero.



Hechos de humo
Nos precipitábamos,
como fantasmas.



19 Enero.



La mente es nido,
las aves anhelando,
huir al mundo.



20 Enero.



Pasos de arena
de espuma y sal yo soy,
detente en mí.



Enero 21.


Después de los dos
aún dibujo los pasos,
te esbozo lento.


Enero 22.


Ser falso espejo,
Es tarea de magos
y de tacaños.


Enero 23.


Broza de mi piel,
como abandono de un sueño
sorbo tu hiel.


Enero 24.


Mito vencido
y en nuestros labios secos,
nacen fábulas.


Enero 25.


Cuántas promesas,
antes de siquiera ser
Un nuevo día.


Enero 26.


Podría roer,
escabullirse en mí,
morir de hambre.


Enero 27.


Cuerpo y cuenco
revestido de nada,
queriendo todo.


Enero 28.


Celebro el sol,
acaricia con mimo,
mis pies tan fríos.


Enero 29.


Quién culpa al amor
de entre tantos crímenes,
por su locura.


Enero 30.


Baila la suerte
Al son de los azares,
divirtiéndome.


Enero 31.


Despierto ahogado,
incendiado por la sed
de evaporarnos.